No apto para millennials, Bloodbornees un videojuego como los de antes.
El jugador avanza con temor, sin recibir instrucciones, por las laberínticas calles de Yharnam.
En Bloodborne, como en la vida, nunca sabes si vas en la dirección correcta, el feedback llega demasiado tarde.
Lo peor es la sensación de impotencia, la dificultad de los enemigos, la ausencia total de esperanza.
Te preparas el combate, estudias las mecánicas, pero apenas consigues hacerle daño. Y piensas en dejarlo, ¿qué necesidad hay de posponer la agonía? Solo unos pocos, por razones que no podrán expresar en palabras, seguirán intentándolo.
Como espartanos en las Termópilas, abrazan su destino en una última batalla, y frente el cadáver de la bestia que creyeron invencible, experimentan, durante escasos cinco segundos, la genuina felicidad del guerrero.
Si has sido víctima de pedagogos modernos es recomendable que te hagas con una copia de Bloodborne y trabajes la persistencia matando monstruos en Yharnam. Algunas respuestas están escondidas; solo las encuentra quien sigue insistiendo.
Aprende a esperar y sé persistente. Todo aquello que merece la pena exige sacrificio, esfuerzo y valentía.
Hablo del coraje de persistir. Una fuerza interior que te hace capaz de actuar con valentía y tomar decisiones arriesgadas.
El corazón no necesita palabras porque ya conoce la respuesta. Tú sabes lo que quieres hacer. ¿Tienes o no los huevos para hacerlo?
Esta sociedad no habla claro porque teme el conflicto que las palabras sinceras generan, teme las consecuencias presentes de la acción más que las consecuencias futuras de la inacción.
Te encontrarás en medio de trifulcas desagradables pero, si quieres vivir tranquilo, es necesario (¡imprescindible!) escalar el duelo, confrontar al matón hasta las últimas consecuencias. Permítele una mala mirada y mañana te rompe las piernas. Es la ley de la calle.
La batalla es la esencia de la vida.